Abrir los ojos sin despertador. Demorarse sin remordimientos
en el desayuno. A veces, almorzar con la familia. Beber un aperitivo sin
complejos del alcoholismo que nos ronda. Almorzar algo mejor. Quizás dormir la
siesta.
Me instalo frente al computador para hacer una tarea
urgente. Debo comenzar y terminar hoy. Para dilatar el asunto, salgo a la
puerta de calle. Un aplicado vecino ha lavado su auto. Me siento culpable por
la capa de polvo que cubre el mío. Pero la culpabilidad no llega hasta
obligarme a hacer lo mismo. Barro las hojas del árbol sin nombre que he dejado
crecer. En un mes más, producirá una increíble cantidad de diminutas bayas
negras que cubrirán la entrada y mancharán todo. Pero mi búsqueda de un podador
no ha dado resultado aún. Ahora me pongo a regar, pero como el lugar es
pequeño, termino pronto. Entonces, decido ir al patio del perro. Juego un rato
con él. Se ha caído el tutor que sujetaba una gruesa rama de glicina. Lo pongo
otra vez y quiebro la rama. Descubro que está seca, retiro un trozo, pero no
tengo fuerzas suficientes para sacarlo todo. Ir por un serrucho podador es
demasiado para mis energías. Para estirar aún más el tiempo, retiro la ropa que
se ha secado. Pero ya son las cinco de la tarde y falta una hora para el té.
Vuelvo al computador y antes de comenzar con el deber
forzoso, pienso en lo que se hace en domingo