El
último recurso para ponerme algo seco mañana es planchar la tenebrosa blusita
negra, de esas cosas horribles que una compra porque están a precio botado. Pero, qué difícil es comprar ropa…eso de
recorrer esas ridículas “grandes tiendas” de las poblaciones pobres, con su asqueroso
surtido de saldos de años atrás, tallas gigantescas y colores imposibles.
Ocurre que no hay guardarropa apropiado para gente en deterioro físico,
deformaciones de la columna por artrosis y muchos etcéteras, porque al final
tod@s terminamos convertid@s en viejit@s chic@s y aparte de usar túnicas tipo carpa
para las de ruedo importante, no hay nada que una eligiría por gusto.
O sea, dentro de las peticiones que periódicamente publican los mayores,
hay que agregar la condición que el comercio se preocupe del vestuario de
nuestras contemporáneas. Hace años, mi amiga Luisa, tras la desoladora realidad
de las tiendas, partió a su país de origen con el casi único fin de aperarse
para el año. Como la recontra mayoría no podemos hacerlo, no queda otro recurso
que programar una marcha estilo Tunick por el centro de la ciudad. Por razones
obvias, habrá que esperar el verano…