Esta tarde, al regresar a la casa, encontré en el suelo un volante de fondo rojo con la propaganda de un candidato a alcalde de la comuna. Al parecer, a éste ningún trabajo le ha resultado hasta ahora, tiene treinta y algo, pero aspira a administrar uno de los municipios más grandes del país. Sonrie en la foto junto a su mujer, una modelo de televisión. Pide a los presuntos votantes que lo inviten a tomar el té y él se presenta con una torta. Como antecedente notable, es hijo de ministro de este gobierno.
En una comuna vecina, ya se eligió de concejal a un modelo
de ropa interior. Vamos bien.
No hay que culpar a los postulantes a tan jugosos cargos, por cierto, sino a los partidos politicos
que los respaldan y nos consideran a todos imbéciles. (Hay que reconocer que hemos demostrado serlo)
Hay otros candidatos, pero ninguno entusiasma ni convence a las masas.
Crece la cantidad de gente que está desilusionada por este sistema de elecciones
y ya no piensa votar. Si una lee los comentarios que se hacen a
cada rato en las redes sociales, se da cuenta de la pobre calidad de las
opiniones de la mayoría, esa mayoría que seguirá eligiendo a quien tenga el
mejor equipo propagandístico y que luzca la mejor facha farandulera.