Siendo apenas pasadas las 9 de la noche del martes 22 de
enero, entré al café para saber cómo había sido la fiesta.
Esta vez, me recibió Werner, quien se veía preocupado.
-¿Cómo anduvo todo? – pregunté.
- La fiesta estuvo muy bien, se quedaron todos hasta que no
quedó ni una sola botella, pero hubo un malentendido.
-¿?
- Todos creyeron que se trataba de la fiesta de despedida y
esa fue la razón por la que no faltó ninguno y trajeron a sus amigos, pero cada
uno de ellos tiene ahora su propio café donde se han hecho asiduos, por eso ya
no aparecen por aquí.
- Vaya, es una lástima.
- Y bien lo entendemos nosotros, ya que este sitio vive
porque ellos asistían y ahora no tenemos claro qué es lo que nos espera. Leonor
está desolada, llorando en el vestidor y Amadeo avisó que no venía por estar
con un ataque de depresión.
- ¡Cuánto lo siento! Comprendo entonces que habrá que cerrar
el Mozart.
- De usted depende. Bien sé que el Café La Esquina ya cerró
porque nadie aparecía; entonces le sugiero que este sitio se convierta en algo
así como ese café. También sé que los otros sitios que usted frecuentaba están
bastante abandonados. Al menos, mantenga éste, que fue el primero.
- Pero, ¿cómo mantenerlo, yo sola?
- ¿Por qué no? Otra gente hace lo mismo. Venga por aquí más seguido
y escriba de lo primero que se le ocurra.
- Pero, Werner, eso no tiene ninguna lógica, escribir por
llenar espacios nada más
, me hace sentir culpable de perder el tiempo.
- No será la primera vez que lo hace…
- Cierto. Bueno, lo intentaré de mañana (o pasado) en
adelante y quitaré las restricciones que este sitio tiene, aunque no creo que
nadie aparezca por aquí.
- Hágalo. Yo avisaré a Leonor y Amadeo para que sigan
viniendo. Y usted piense en que puede usar este café como una especie de
escritorio personal.
- Nada se pierde.
Werner me trae un gewürztraminer, acompañado por unos
bocaditos de salmón, mientras Amadeo, que apareció sin hacer el menor ruido,
interpreta algo de Satié.
-
Buenas noches.