hit counterPor extraña razón el sistema me acepta otro nombre y otra contraseña. Curioso. En fin, lo bueno es que me ha dejado publicar estas lineas.
Llego al Mozart y veo como ha cambiado todo. Hay un aire de decadencia que me encanta. Leonor sigue moviendose por el Café con su garbo de siempre, pero en su rostro se marca la huella del tiempo y sobre todo la soledad. Su mirada tiene un casi imperceptible destello de ausencia.
Amadeo está bebiendo demasiado. Casi no abandona el viejo piano y y su mirada vidriosa nos habla de todo lo que se quedó escondido, todo lo que se acumuló en el alma de este perdedor empedernido.
Werner aparece solo de vez en cuando. Ahora tiene nuevos negocios, la gastronomía le ha obligado a variar de locales, personal y yo creo que conserva el Mozart sólo por deseo expreso de su demiurga, la amada tía Laura.
El vino sabe a rancio, pero a mí me gusta este vino antiguo que Leonor ha sacado de esa vieja bodega y limpiado la botella de una red de telarañas.
Pido algo para cenar y Leonor dice algo a Amadeo quien con paso tambaleante abandona el recinto. Claro, lo ha enviado con toda seguridad a comprar un medio kilo de posta o de asiento de picana para preparame un buen guiso de carne.
Así me voy enterando del estado del viejo Café.
Qué lejanos los tiempos de los grandes encuentros, de Werner y Grace bailando muy juntos a la luz de la luna; de mi amada Genoveva contemplándome como si yo fuera el ángel que la llevaría volando por los cielos más sublimes; de mi tía y su séquito de admiradores y pretendientes, casi siempre obsecuentes a sus caprichos y la figura estatuaria de Ambrosius en la puerta de entrada. Del andar cadencioso y coqueto de la bella Leonor ante la mirada enamorada del doctor Caligari; de Jorgelina, la antigua, la de aquel tiempo en que todos le celebrábamos sus locuras y ella caprichosa partía dando un portazo, jurando que no volvería a pisar este antro. De la dulce y reflexiva Aby, siempre dispuesta a decirnos una palabra amable, a apoyarnos en los momentos bajos. A Mayita y sus figuras psicodelicas, a aquella Gigi que cantaba viejas melodías andaluzas; a la dulce y tímida niña de Maipú (no recuerdo su nombre) que escribe unos poemas sentidos y romanticos. A Fidel y su voz ecuanime y autorizada, a Casanova y su cordialidad, a mi bella amiga Mensi que aún no entraba cuando tuvo que retirarse debido a equívocos de añejas historias; a aquella amiga querida de mi tía, una de las hacedoras de este boliche, que tenía un nombre eslavo,una mirada ensoñadora y amor por la naturaleza y se nos perdió en la bruma del tiempo. En fin han sido tantos los personajes reales, todos, que alimentaron nuestros días, nos dieron amistad, compañía, aceptaron nuestras minusculas locuras.
Me parece que todos ellos acuden hoy, reales e imaginados, y el medio kilo de asiento que Amadeo ya trae se transformará en kilos y kilos de asiento de picana que acompañados de papas del huerto de mi tía, de berenjenas, colifores, champiñones, porotitos verdes, y todo regado con los viejos vinos que aún permanecen durmiendo en la bodega, nos hará compartir el ágape más hermoso y pantagruéico que podamos compartir. Allí está mi hermosa tía, presidiendo la gran mesa del centro del boliche, allí Amadeo nos interpreta al bienamado Schumann, allí acude Werner, solícito con tía Laura a llenar nuestras copas, allí Leonor, bella, lozana, contonea sus caderas y el doctor suspira lamentos de amor.
Ah, tía querida! Estoy soñando, lo sé. Pero al menos Amadeo ha leido mi sueño pues Schuman va inundando los rincones y Leonor, ajada y bella, acude con el guiso de carne y otra vieja botella de tinto.
Salud tía bienamada!