Imposibilitada de salir y hasta de hablar por una gripe, me pongo al frente de la única presencia amiga y le tecleo y descubro sobre la marcha que es una manera indirecta de escribir algunas cartas que quedaron para siempre enredadas en el “uno de estos días” o “la próxima semana sin falta”. Otro recurso es hablarle a las paredes,
buena opción cuando se vive sola. Sin embargo, pienso en las malignas expresiones que tendría mi vecino más inmediato sobre mis facultades mentales. ¿Y, por otra parte, no sería divertido que me escuchara? Por ahora no puedo porque no me sale la voz.
Puse a calentar la tetera para servirme un té y calmar la tos, si se puede. No vale para nada pedirle algo apetecible a Leonor, porque en este estado, ni siquiera un trago, por virtual que fuera, me sería agradable.
De manera que no entro al café y me quedo del lado de afuera, espiando por las persianas para ver a la pobre
muchacha acodada en la barra y con cara de sentimientos encontrados: por un lado, aburrimiento mortal por falta de clientes y por otro: aterrada de quedarse sin trabajo. Ni siquiera escucho el piano de Amadeo, adentro hay un silencio absoluto. Aquí afuera, pasan los buses, ladran los poodles de un vecino, responde el Nelson González.
Oh, ya es de noche y olvidé ponerle su abrigo.
Siento una sensación curiosa, como estar fuera de la realidad, en una dimensión extraña, casi en suspenso y fuera del tiempo, ¿podrá ser fiebre? Mejor me voy por la tangente.
Cordiales saludos