y así, sumergida en el alcohol, es cuando vengo a café a justificarme de alguna manera ¿es que siempre se busca una justificación? Las últimas gotas de la copa se deslizan suaves, inexorablemente últimas, sin posibilidad alguna de renovación, porque se sumarán al vino del almuerzo, a la copa de bajativo - el licor de café - y esta tarde tengo que contar un cuento ante unos ojos de auditoría destinados a definir el destino de un cursillo de cuentacuentos con pocos alumnos y si meto más las patas de lo habitual, capacito que influya en el futuro esplendor del cursillo mentado.
He puesto una foto del muy ordenado bar de una amiga, que tiene la suerte de tener espacio en su casa para las copas, aunque varias se entrechocaron en el último terremoto y fuéronse a la cresta de la loma.
Amadeo toca unas variaciones para piano de "La flauta mágica" y se me va la fantasía a Alemania donde debe andar Fridolín en Berlin, muy ciudadano él, mientras recuerdo la breve estadía en Munich, cuando planeaba ir a Dachau, pero tuve cierta piedad de mi acompañante y nos fuimos a destinos más amables, a un parque donde se hacía surf de acequia, una señora paseaba a su perro en un coche con toldo, mientras le conversaba, unos chicos jugaban beisbol en el pasto, verde que te quiero verde, más verde de lo nunca visto, donde en el restaurant central, tipo picapiedra, unos alemanes descomunales devoraban pescados desmesurados, blandiendo enormes jarros de cerveza y los mozos, de pantaloncito corto, cráneos desprovistos y panzas importantes, deambulaban afanosos entre los trogloditas aquellos. Caminamos kilómetros en el tal parque intensamente verde hasta que desembocamos en un sitio civilizado donde bebimos una cerveza fortísima, después de haber escuchado un trio de balalaikas que nos devolvió a la vida. Recuerdo haber sufrido un ataque depresivo provocado de tal cúmulo de alemanidad, que sólo pudo ser exorcizado en un restaurante italiano a orillas del ¿Isar? ya no recuerdo.
Ahora bebo la última, última gota del manhattan, se acercan las dos de la tarde y no queda más remedio que marcharse de este café, que ya me está pareciendo un confesionario.
Saludos cordiales a quien se atreva a pasar por aquí a la hora que sea.
He puesto una foto del muy ordenado bar de una amiga, que tiene la suerte de tener espacio en su casa para las copas, aunque varias se entrechocaron en el último terremoto y fuéronse a la cresta de la loma.
Amadeo toca unas variaciones para piano de "La flauta mágica" y se me va la fantasía a Alemania donde debe andar Fridolín en Berlin, muy ciudadano él, mientras recuerdo la breve estadía en Munich, cuando planeaba ir a Dachau, pero tuve cierta piedad de mi acompañante y nos fuimos a destinos más amables, a un parque donde se hacía surf de acequia, una señora paseaba a su perro en un coche con toldo, mientras le conversaba, unos chicos jugaban beisbol en el pasto, verde que te quiero verde, más verde de lo nunca visto, donde en el restaurant central, tipo picapiedra, unos alemanes descomunales devoraban pescados desmesurados, blandiendo enormes jarros de cerveza y los mozos, de pantaloncito corto, cráneos desprovistos y panzas importantes, deambulaban afanosos entre los trogloditas aquellos. Caminamos kilómetros en el tal parque intensamente verde hasta que desembocamos en un sitio civilizado donde bebimos una cerveza fortísima, después de haber escuchado un trio de balalaikas que nos devolvió a la vida. Recuerdo haber sufrido un ataque depresivo provocado de tal cúmulo de alemanidad, que sólo pudo ser exorcizado en un restaurante italiano a orillas del ¿Isar? ya no recuerdo.
Ahora bebo la última, última gota del manhattan, se acercan las dos de la tarde y no queda más remedio que marcharse de este café, que ya me está pareciendo un confesionario.
Saludos cordiales a quien se atreva a pasar por aquí a la hora que sea.