Enrique Darío leyendo un poema de la vecina de mesa. Al frente, la botella de chicha |
Les cuento que nos reunimos un grupo en el mentado nuevo
café, instalado en el encuentro de las calles Descubrimiento con Fantasía.
Tiene un dueño, que no es de Graz, sino de algún lugar de California y la chica
que atiende es bastante menor que Leonor y con el opuesto colorido. Parece que
no existe un Amadeo titular, sino que el o la pianista puede ser quien se anime
a encantar el instrumento. Pero la música está muy presente, una violinista y
un acordeonista en un duo bastante afiatado.
Pensé que no llegarían todos los invitados, por tratarse de
una cita en un lugar desconocido, sin embargo la curiosidad venció a la desidia
y la mesa más grande del lugar se nos hizo pequeña.
Había pedido que llevaran textos para leer y nadie se hizo
de rogar, incluso un par de varones se mandó su numerito de tango-bolero o algo
parecido.
No teníamos la menor idea de los brebajes que nos brindaría
la casa y, por si las moscas, Enrique Darío apareció con una botella de chicha
de su propia y personal cosecha, para acentuar la cercanía del Dieciocho. La
alternamos con excelente café, té escogido y algunas especialidades dulces.
Tuvimos que retirarnos ante la llegada del plato fuerte de
la noche: un grupo de cueca que venía con su propio público.
En resumen, un sitio en el cual varios de nosotros habíamos
pensado, sin que nadie llegara tan lejos como intentar materializarlo. Pero
aquí está y lo aprovecharemos.
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