Un solo recuerdo atado a la Semana Santa atraviesa la bruma del tiempo.
Esa fecha era la justa para la gente pobre como nosotros que no podíamos costear la entrada a un concierto, pues las radios se dedicaban a trasmitir sólo música religiosa y también la llamada “clásica”. Invité a un amigo a la casa donde vivia, ya que el no tenía radio, y nos instalamos a escuchar en un rincón discreto para no molestar a los demás. Allí nos pasamos el día, sin interrupciones aparte de preparar unos bocadillos, sumergidos en la música que parecía abrir otro mundo y llevarnos, ingrávidos, por un espacio diferente, formando parte de esa maravillosa sucesión de sonidos.
Él provenía de una familia judía, yo de una católica, ambos agnósticos.
Me parece escuchar ahora su profunda voz, hace años enmudecida, entonando el “Tuba mirum spargens sonum” del Réquiem de Mozart…
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