Tenemos que lidiar con los envases de cartón, vidrio, lata,
plástico que adquirimos a diario, sabiendo que en especial las condenadas
bolsas plásticas están ahogando a la humanidad.
O sea, tenemos que reciclar a como dé lugar.
Eso ha hecho surgir a una especie temible: los recicladores
a futuro. Ésos que guardan absolutamente todo en espera de usarlo algún día en
algo útil. Y pueden morir esperando, mientras la casa se estira, se hincha y
termina por ahogarse en el mar de basura.
Otros tienen alma de coleccionistas: disponen de un frasco
de vidrio perfecto, lavado, libre de etiquetas. Y lo llenan de otros
desperdicios más pequeños, que quedan así archivados para siempre en un estante
lleno de trofeos similares.
Tengo la mala fortuna de compartir mi casa con uno de estos
especímenes, un peligro público.
Hay emprendedores a quienes se les aviva el seso y
convierten su afán reciclador en un negocio productivo. Aprenden todo sobre las
posibilidades de los desechos y terminan convirtiéndose en profesoras en el
arte de reciclar, sus alumnas acuden entusiasmadas para librarse de su basura
domiciliaria y de paso, entretenerse en fabricar artefactos que – con suerte –
logran vender.
Mi contribución contra las condenadas bolsas plásticas,
consiste en ir al supermercado provista de cajas de cartón y bolsas de tela.
Por desgracia, poca gente lo hace.
Pero ayer descubrí – para mi espanto – que la manía
coleccionista puede contagiarse. Compré 100 bolsitas de un té que no me gusta,
solamente porque venían dentro de una linda caja de lata, que me va a servir
para…..........bueno, algún día lo sabré.
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