Los cardos brotan porfiadamente todos los años, con sus grandes hojas bicolores y flores azules. Gracias a sus espinas, el perro las ha evitado, razón por la cual las riego todos los días, a pesar que salen entre las piedras, casi sin tierra donde agarrarse.
Todos los mañanas pierdo tiempo desfaziendo los entuertos que armó el susodicho por la noche y esto se convierte en una labor digna de Sísifo porque no tiene fin. Bueno, me lo busqué.
Anoche terminé la lectura de un libro que recomiendo: "El viaje del elefante" de José Saramago. Libro amenísimo, lleno de alusiones actuales y humor anticlerical. Anoche me estuve riendo sola leyéndolo. Pero, nada es perfecto. Como toda lectura amena, no se puede dejar la lectura y la consecuencia es insomnio, una pepa para dormir (que por anoche no resultó) y consiguiente sensación de culpabilidad a la mañana siguiente. ¿Por qué hemos heredado el sentido de culpa, tan cristiano? Nos sigue y persigue donde vayamos...
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