Tarde muy fría. Casi nadie en clases hoy. Hablamos del “Mundo feliz” de Huxley, pasamos al cine de Werner Herzog, Bertolucci, Ingmar Bergman, Ettore Scola, de los tiempos en que después del cine se metía una en un café para comentar la película con los acompañantes, tiempos más atrás del calendario, cuando comenzaba el Cine Club Universitario y cuando se tenía acceso al cine no comercial, como las locas películas de Norman MacLaren, las de dibujos animados polacas o rusas, pura poesía, nada que ver con las americanas, hablamos de la Biodanza, de Rolando Toro, su creador, de sus comienzos, etc. Recordé al instructor chileno, alumno de Toro e instalado en Viena, junto a su pareja cantante de ópera…
En fin, terminamos temprano y ahora estoy arrimada a la estufa tomando un buen vino caliente, con sus cáscaras de naranja y palitos de canela, mientras las manos se van entibiando al ritmo rojo del vino que circula por el cuerpo invernal, cuando nos vamos acercando al fin de julio y en unas semanas comenzarán a salir las flores del aromo y los días se alargarán hacia el sol.
Ya sólo me queda un sorbo de vino y pienso en Berlín donde está Fridolín gozando del calor humano, en Marsa con una pregunta: ¿Existe un museo Miró en tu ciudad?, pienso en Elvi y sus talleres inspiradores para viejitos, me acuerdo que debo memorizar un libreto y tengo que seguir releyendo un libro que me está ya dando rabia y se los comentaré después…
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