martes, 20 de septiembre de 2011

Cervezas y alemanes

- Una cerveza helada por favor. Vengo de mi reunión bimensual y se han encrespado los ánimos entre dos personas; ganas me dieron  de darle un palo en la sesera a alguna, pero no puedo y me frustro.

En el café se respira tranquilidad, aunque sea por cinco minutos, el tiempo de tomarse la cerveza. Esta tarde estuve viendo unas imágenes del Octoberfest, los gordos en pantaloncitos de cuero, las gordas con dirndl, los inmensos shops, la musiquita festiva y pienso que si estuviera allí me daría un infarto. ¿Es que una se puede librar de verdad de los prejuicios? ¿Es que se trata de prejuicios, verdaderamente? No, es que la musiquita alemana popular más comercializada me para los pelos. ¿Qué hacer para evitarlo? ¿Sumergirme en el problema?

Cierta vez, me pusieron una araña peluda de esas que son del tamaño de una mano mediana, en la mano. Era invierno y estaba aletargada, pero se movía, levantaba las patas de manera inquisitoria, sentía su peso, el roce de los pelos y me daban deseos de lanzarla lejos al observar el tamaño de los quelíceros. Pero no sirvió como terapia de choque contra la fobia a las arañas. Si veo a una de las de rincón, si no la mato apenas pueda, me sentiré mal por horas. Su mordedura es generalmente mortal o, en casos más leves, deja secuelas graves. Saco por conclusión que no valdría de nada escuchar musiquita de ésa por una hora.

 Pero al menos tengo de recuerdo de Munich haber probado una cerveza muy fuerte, que me volvió el alma al cuerpo por un rato. Al menos, hay buena cerveza por ahí.

Si tengo la suerte de ver otra vez a Galvarino-Fridolín de cuerpo presente, le pediré que hable alemán, para ver qué pasa.

 Hasta el momento he descubierto que las palabras más feas están en alemán y entre ellas: ¡Tschüss!



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