domingo, 11 de septiembre de 2011

Septiembre




- Buenos días, Leonor. Por favor un whisky con jugo de naranjas, 3 gotas de bitter y tres cubos de hielo, unas aceitunas y galletas saladas. Pide además, algo de Fauré al piano, mientras el perfume del jazmín del patio inunda el aire.

En Chile, septiembre era el mes de los volantines, la celebración de "fiestas patrias", sabor de empanadas y vino tinto, fondas y ramadas. Pero, para la gente de mi generación quedó convertido en un mes maldito, aniversario hoy del golpe militar que cambió totalmente la vida que existía hasta esa fecha y convirtió la "parada militar", el desfile de las fuerzas armadas, en un espectáculo siniestro, recuerdo de cuando esas mismas fuerzas le hicieron la guerra al país entero.
Hoy se recuerdan los diez años del derrumbe de las torres gemelas de Nueva York y eso ha llenado las pantallas de la televisión nacional, dejando a un lado el aniversario nuestro y la vergüenza de que una de nuestras principales calles todavía lleve el nombre de "11 de septiembre" pues el eternizado alcalde de la comuna de Providencia, fue y es partidario de la dictadura. Hasta el Mozart llega el sonido de las campanas que señalan la hora: 1 de la tarde de domingo.
No puedo evitar el recuerdo de ese año 1973, cuando en las universidades estatales se estudiaba sin costo, cuando la industria nacional florecía y las conquistas sociales de los sindicatos se respetaban sin imaginar siquiera que un desastre las borraría de un plumazo.

Y es también el aniversario del funeral de  mi abuela Bice Giuseppina María Foschini Costa, el miembro más antiguo de la familia, un día después de su nacimiento, allá en Nervi, vecino a Génova, donde ella soñaba regresar algún día.

Y también es el recuerdo de aquel inmenso cordero que engordaba con felicidad en los jardines de la fábrica donde yo trabajaba y que estaba destinado a los gaznates de los celebrantes del 18 de septiembre (día de fiesta nacional) en 1973. Yo me había prometido que no probaría su carne en la celebración, sólo ensaladas, y derramaría unas gotas de vino en su honor, en el lugar donde él se alimentaba sin conocer su destino. ¿Dónde fue a parar el cordero aquel? Me gustaría pensar que no fue el enemigo quien se alimentó de su vida.

Se me ha terminado el whisky, las galletas y las aceitunas, Amadeo ha dejado de tocar. Salgo a la calle, pasa un vehículo animando a los ciudadanos a acudir al circo. (Septiembre es también el mes de los circos) Regreso al domingo 11 de septiembre de 2011 y enfrento la realidad de hoy mientras una lluvia de pétalos de flores de ciruelo hace una alfombra en el pavimento.


1 comentario:

rolando dijo...

Que hermosas palabras tía querida! Palabras que traen todos los recuerdos. Estos que me tienen mudo a pesar de que hoy y estos días tendrían que haber escrito algo. Pero veo que me vence la parálisis que provocan las emociones. Algo he puesto en Facebok, y otros amigos también lo han hecho. El once de septiembre mientras todo el mundo recordaba los casi tres mil muertos de las Torres, unos cuantos chilenos insomnes recordábamos aquel once nuestro en que la vida nos cambió para siempre.
Estoy esta noche sentado a la mesa del rincón, aquella a la cual acostumbraba a sentarse Grace cuando ya había bebido bastante y necesitaba descansar. El vino sabe a madera y a arándanos y observo como también Leonor y Amadeo acusan los años.
Recuerdo a Elvi y a Marsa, a Aby y a Fidel y quizás se les ocurriera aparecer por esa vieja puerta.
Un abrazo tía querida. Fridolin