Ultimo día de febrero.
Ayer no más, deshojábamos la pena
de todo un pueblo, el más pobre de tierra, dicen,
sepultado por la fuerza oscura de la Tierra.
Eso fue ayer, y hoy
aquí estamos
compartiendo el llanto de nuestra lejana tierra,
donde el sur se va perdiendo
en la lejanía de los mares más ausentes.
Tuvo la tierra un temblor de inquietud, de malestar, de acomodo o desarreglo,
y allí quedó todo lo que las gentes aman y construyen.
En ese país sufrido por un recién pasado de injusticia y de muerte,
cuando ya parecía que el país recobraba su belleza sin tragedias,
viene esta hecatombre, esta mano de un Dios airado,
este malestar cósmico y tronante,
y destruye las casas, asalta los cuerpos y las almas,
con nocturnidad e injusticia,
y el mundo sólo
puede llorar, y beberse las lágrimas
y enterrar a sus muertos.
El consuelo llega tal vez
cuando ya no quedan gritos ni suspiros.
Cuando los ojos están secos
y nos vemos nuevamente caminando
porque hay que seguir viviendo
mientras la tierra se acomoda lentamente,
y prepara su nueva arremetida.
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