domingo, 2 de noviembre de 2008

Tarde de domingo








Traigo para la mesa del café – una sola por ahora – una planta bautizada para la ocasión recién pasada, una “viola halloween” que consiste en una viola anaranjada y otra negra en la misma maceta. Agrego un bol de caramelos, también recuerdo de la festividad (importada a la fuerza).
Leo el artículo de un conocido, una diatriba en contra de los padres que regalan a sus retoños toda clase de elementos para reproducir música y mantenerla pegada a las orejas en todo momento y lugar. Falta de contacto social, incomunicación. etc. Le encuentro muchísima razón, pero no puedo dejar de pensar en cuantos conflictos, discusiones, peleas y hasta heridas se puede evitar con el sistema de encontrarse en el limbo en momentos embarazosos. Pensemos en las horas de comidas familiares en aquellos hogares donde las generaciones no se entienden y se producen roces pasando por todas las variantes hasta llegar a la batalla cruenta porque se usan esos momentos para introducir en los cerebros de los engendros menores de la casa, aquellas normas, consejos, advertencias y reglas que escuchan los destinatarios con paciencia, como quien oye llover, esperando que se cansen y dejen de jorobar. Pero no ocurre así y los cortocircuitos terminan por producirse. Los padres confían en que algo les quede del rosario tantas veces repetido. Puede ocurrir, pero una vez transcurridas un par de décadas cuando les toque a ellos enrielar a los críos en un modo de vida menos autodestructivo o término medio.
Compruebo con cierta amargura que nací con cincuenta años de adelanto.

1 comentario:

Gianmarino dijo...

Querida Laurita : eso de las fiestas «de afuera» forma parte de la aculturación programada para hacernos aceptar una forma de vida que no es la nuestra. Ello crea intereses comerciales, y en las conciencias jóvenes deseos de apropiarse tales regalos (o caballitos de Troya), y nostalgia de culturas que se les presentan como arquetipos de la modernidad. Tu artículo es muy veraz y vívido. Los jóvenes, vueltos adultos, entran en una forma de aceptación de cosas «evidentes» porque familiares, y dicha penetración ideológica puede proseguir su labor de zapa de lo que constituía nuestro aservo cultural autóctono.