Un descanso en el café después del torbellino de actividades propias del mes, fin de año, cierres, despedidas, graduaciones, lanzamientos de libros, celebraciones escolares.
Una copa junto al piano sin apuro y sin tiempo mientras Leonor enciende las luces de un árbol de Navidad que instaló en un rincón del bar. Lo contemplo con una mezcla de desconfianza-desdén-paciencia-acostumbramiento-recuerdosdeniñez y termino por encontrarlo estimulante y separarlo de su función comercial, librándolo del frenesí de compra obligada de regalos que lleva pegado como cola de cometa.
Queda el perfume picante de su madera, la hermosa forma de los conos apretados y aún verdes.
Leonor trae una tajada respetable de marzipanstollen y me insta a probarlo. Está exquisito.
Leonor trae una tajada respetable de marzipanstollen y me insta a probarlo. Está exquisito.
También me ofrece galletas de jengibre. Decido comprar una buena cantidad. Le pido que agregue unos tapones especiales de su tiendita de milagros, que filtre las espantosas musiquillas navideñas que asaltan los oídos en todo recinto vendedor.
Con efecto retroactivo, me acuerdo del doctor aquel que nos acompañaba en el viejo café.
Con efecto retroactivo, me acuerdo del doctor aquel que nos acompañaba en el viejo café.
¡Feliz cumpleaños haya vivido, doctor Caligari!
2 comentarios:
Querida Laura, ¿se puede gritar el Mozart se cerró,¡viva el Mozart!?. Suena a monarquía, pero como no me gustan nada las monarquías, puedo gritar lo que quiera y cuando quiera... siempre que tú me des permiso para hacerlo aquí dentro.
Felicidades para todos y todas los/as que nos sentimos en este café tan a gusto. Un fuerte abrazo. Marsita
Marsita, podemos gritar lo que queramos.
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