y entro al café por un momento antes de regar las plantas sedientas tras un día de calor.
Los niños juegan afuera, especialmente un trío de chicos pequeños, que saludan a toda la gente que circula en la calle, deseándoles feliz navidad a gritos. Uno de ellos arrastra los autos de juguete de sus compañeritos, con ellos dentro, como una especie de Hércules. Además, los presenta con sus nombres. Bueno, ustedes se darán cuenta que este café es portátil, ahora está instalado frente a la calle interior de la realidad.
Bajo el árbol adornado del café, descansa una serie de regalos con envoltorios resplandecientes algunos, sencillos otros. Son para cada uno de los parroquianos y según Werner, contienen lo que ellos secretamente desean poseer. Nunca sabré qué hay en ellos, a menos que los destinatarios decidan mostrarlos. Este año olvidé por completo mi autoregalo, tendré que comprarlo con retraso. Para no quedarme sin ninguno, retiraré ahora el mío. Ya les contaré lo que me tocó.
Por ahora, quisiera abrazarlos y beber champaña o cava con todos, deseándoles lo mejor en este día y los venideros.
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