Entro en el café y veo a Leonor tejiendo, absorta en su labor; respondiendo a mi pregunta, dice que se hace una chaqueta para el otoño; con la mirada me señala el rincón más alejado y oscuro, miro y no veo a nadie, pero siento su presencia. Miro a Leonor de nuevo, se encoje de hombros y vuelve a sumergirse en la labor. En el piano, Amadeo interpreta, con gran sentimiento y musicalidad, un nocturno de Chopin.
No quiero molestar, así que me acerco al botellero y elijo una botella de Solera 47, lleno una copa y me siento junto a una ventana. En el patio un gato duerme enroscado al calor de un rayito de sol, y compruebo que han podado las plantas, tal vez haya sido Werner.
Me sumerjo en mis pensamientos: La conversación telefónica ayer con mi hija Arly que en París cuida su embarazo. Tuvo una visita a la clínica donde nacerá su niña, acompañada de su compañero, papá de la criatura, y recibieron consignas de qué hacer y cómo, el día que llegue con el parto iniciado. Menos mal que en ciertas cuestiones, el mundo del consumo y provocador de crisis económicas ha avanzado. Quiero conocer esta niña, la nº 18 de mis nietos/as, y espero podré hacerlo.
Sigo pensando..... Pido al Dios en el que me gusta creer, el de Teilhard de Chardin, que me ayude a morir con las botas puestas, y no permita que yo viva con la mortaja puesta. Con tanto por arreglar en el mundo, me dá vergüenza mi súplica.
En el café. Marsa
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2 comentarios:
18 nietos, ¡qué felicidad !
Yo, aún ninguno...los espero ´...
vergüena tu súplica ? por favor, creo que es la mejor de todas las que he leído ultimamente, porque mientras tengamos las botas puestas, hay esperanza y acción.
Un abrazo
Aby, vergüenza por pedir para mí habiendo tantos con tan poco. Si quiero llevar las botas puestas, pues, ¡a no quitármelas!. Las fuerzas he de encontrarlas en mis posibilidades y en la solidaridad de los demás.
Cariños.
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