martes, 3 de febrero de 2009

El espacio fundamental



Aún tan temprano en la mañana, el sol ardía y quemaba. No corría ni una brisa y todas las hojas permanecían inmóviles. En el antiguo templo hacía fresco y el ambiente era agradable. Había oscuridad allí, después de la luz intensa del sol; en los corredores parecía haber poca gente esa mañana y el estrecho pasadizo estaba más oscuro todavía. Este pasadizo conducía a un amplio corredor que llevaba hasta un santuario interior. Se sentía un fuerte aroma a flores y a incienso de muchos siglos. Un centenar de brahamines, recientemente bañados, vestidos con limpios taparrabos blancos, estaban cantando. El sánscrito es un idioma poderoso, resuena con profundidad. Los viejos muros vibraban, casi estremeciéndose con el sonido de las cien voces. La dignidad del sonido era increíble y lo sagrado del momento estaba más allá de las palabras. No eran las palabras las que despertaban esta inmensidad, sino la profundidad del sonido de muchos miles de años contenido entre estos muros y el espacio inconmensurable que había más allá de ellos. No era el significado de aquellas palabras, ni la claridad con que las pronunciaban, ni la sombría belleza del templo, sino el poder del sonido que rompía los muros y las limitaciones de la mente humana. El canto de un pájaro, la flauta distante, la brisa entre las hojas, todas estas cosas derrumban los muros que los seres humanos han creado para sí mismos.
En las grandes catedrales y las bellas mezquitas, los cánticos y las recitaciones de sus libros sagrados, es el sonido el que abre el corazón a las lágrimas y a la belleza. Sin espacio no hay belleza, sin espacio solo tenemos muros y medidas, sin espacio no hay profundidad, sin espacio solamente hay pobreza interna y externa. ¡Tenemos tan poco espacio en nuestra mente! Ésta se encuentra atestada, repleta de palabras, recuerdos,conocimientos, experiencias y problemas. Todo ello dificilmente deja espacio alguno, tan solo el interminable parloteo del pensamiento. Sin espacio interno o externo nos volvemos desagradables y violentos. Todo necesita espacio para vivir, para jugar y cantar. Lo sagrado no puede amar sin espacio. No tenemos espacio cuando nos aferramos a las cosas, cuando hay pesadumbre, cuando nos convertimos en el centro del universo. El espacio que ocupamos es el espacio que el pensamiento ha edificado alrededor de nosotros y eso significa desdicha y confusión. El espacio que el pensamiento ha creado es la división entre el "tú" y el "yo", entre "nosotros" y "ellos". Esta división es el dolor que no tiene fin. Ahí está ese árbol solitario en un amplio, verde campo abierto.

2 comentarios:

rolando dijo...

Tu reflexión sobre el espacio me emociona amiga. Ese espacio que puede ser el templo y su carga sagrada, o el espacio del pensamiento, que es mejor que sea abierto, amplio, acogedor, tolerante.
Pero creo que nuestros espacios están acordes con nuestra peripecia vital. Yo, que fui un niño solo y asustado, me arrimé a los rincones, y quedé marcado por ellos. Los rincones, los huecos, las rendijas, los soberados, las covachas y las trastiendas, son los espacios de los cuales me apropio, me instalo y soy un okupa de rincones en los cuales al parecer me siento protegido. No es ni malo ni bueno, sólo mi experiencia vital. Y claro, me gusta visitar los templos, a pesar de mi agnosticismo y sentarme en el silencio, orar a mi manera con un Dios a mi manera.
Este al que recién has llegado querida Laia, es un espacio ideal porque te lo podés imaginar como lo deseas. Para mí es como lo siento ahora. Estoy sentado en la mesa más arrinconada, cercano al piano donde Amadeo interpreta a Chopin, el Nocturno. Y paladeo mi vaso de vino de San Juan con placer y Leonor que revolotea por ahí se acerca y me susurra algo de esta amiga recién llegada. Y en este espacio te voy a esperar esta noche a ver si compartimos unos vinos de la tierra sanjuanina y nos contamos de los espacios que nos ha tocado habitar. Un abrazo.

laia_444 dijo...

Querido Galvarino, en realidad olvidé decir que el escrito no es mío aunque estoy de acuerdo con lo que dice, más aún, he tenido la suerte de poder experimentar esas sensaciones, me refiero al espacio y también al sonido, hay un sonido fundamental, lo sé porque lo he vivido. Es de Jiddu Krishnamurti, (ojo que hay por ahí otro Krishnamurti, que no es lo mismo).
Mando un abrazo fuerte-fuerte a tu Niño Interior solo y asustado deseando que respire hondo y sea feliz.